Siempre he pensado que, tanto el coaching como el mentoring, se pueden utilizar para conseguir los resultados que se proponga cada una de las personas que participe en estos procesos, que deben considerar todas las variables tanto en cuanto a la diversidad, como en la situación de la mujer.
Para poder continuar, es necesario que aclaremos un poco nuestras ideas acerca de estas herramientas. Aunque nos sorprenda, el mentoring aparece en la Odisea, en el personaje de Mentor, al que Ulises contrata para que sea el preceptor y profesor de su hijo. Como se puede suponer, es una relación en la que se comparte y se usa la experiencia de una de las dos personas, para que la otra pueda progresar.
En cuanto al coaching, que ha surgido con fuerza en las empresas a partir del siglo pasado, la dinámica se basa en la guía que ofrece el coach para que la persona pueda hacerse y responder a sus propios interrogantes y a sus objetivos para lograr conocerse y crecer, mediante este proceso de indagación.
El coaching es un modelo y un camino para la superación de las múltiples limitaciones que encontramos en la vida, que nos confronta una y otra vez con innumerables obstáculos para conseguir nuestras aspiraciones.
Reiteradamente, nos enfrentamos a la experiencia de no saber cómo hacer las cosas para llegar a donde queremos, para alcanzar un nivel de satisfacción y de felicidad que en un momento soñamos.
Nosotras nos enfrentamos, en mayor medida que el resto, a situaciones de discriminación, que se evidencian en altas tasas de desempleo, salarios inferiores, menor acceso a los servicios de salud, mayores carencias educativas, escaso o nulo acceso a los programas y servicios dirigidos a las mujeres en general, mayor riesgo de padecer situaciones de violencia en la familia y todo tipo de abusos. Esta realidad se agrava por la existencia de normas y políticas que fomentan la dependencia y por la dificultad de introducir modificaciones en los hábitos sociales preexistentes.
Si las mujeres con discapacidad no encontramos un espacio donde valorar nuestras competencias y desarrollar confianza en nuestras capacidades, además de generar nuevas representaciones sobre la imagen, el cuerpo y su potencial es muy posible que terminemos identificándonos con la imagen que la misma sociedad nos devuelve.
Por experiencia propia, considero que el trabajo grupal con las dinámicas del coaching es la mejor forma de abordar vivencialmente los cambios que lograrán nuevas habilidades y competencias, pues «en el coaching grupal, más allá de un aprendizaje personal se genera, además, cohesión entre los integrantes del grupo y aprendizaje interpersonal» (Wolk, 2007: 26).
También, hay un aspecto que se aprende con el coaching: la liviandad, una emoción a través de la cual es posible mirar los acontecimientos de la vida, quitándoles dramatismo y con la capacidad de reírnos de nosotras mismas en situaciones problemáticas o de dificultad. Y esto aparece especialmente en el grupo, porque nos damos cuenta de que nuestra situación no es la peor ni la única, ya que hay otras personas a las que les ocurre lo mismo, además hay muchas mujeres que tienen vidas de lucha y aprendizaje, que merecen ser compartidas.