Por eso, quiero abordar hoy la situación de la mujer como cuidadora en las personas que padecen Alzheimer, una de las enfermedades más cruel de estos momentos.
Las estadísticas calculan que más 50 millones de personas están diagnosticadas de demencia en el mundo y la mayoría sufre de Alzheimer. Las caricias, las lágrimas, los besos, los nombres, las personas del entorno se van apagando en la mente, hasta que llega un vacío infinito al cerebro, dejando al enfermo en una situación de fragilidad y dependencia total.
La tarea de las personas que los atienden y cuidan es muy exigente, por no decir devastadora. Su esfuerzo es tal que tienen que desplegar actitudes resilientes para no derrumbarse y en concreto, son las mujeres, las grandes cuidadoras. En la mayoría de los casos, no hay una verdadera elección, sino que sutilmente el sistema patriarcal heredado las convence de que nadie puede hacerlo mejor que ellas.
En esta dolorosa tarea, el amor es más fuerte que el olvido, con lo cual no les queda otra posibilidad que postergar sus necesidades y tratar de no enfermar, porque entonces, la carga sería demoledora.
Esta enfermedad que no se detiene y ahora mucho menos con la longevidad de nuestra sociedad, estoy segura de que llegará un día en que la ciencia la pueda curar, mientras tanto a los síntomas de anomia, amnesia, afasia, apraxia agnosia, debemos sumar el amor, que hoy por hoy es la única medicina eficaz. También las mujeres cuidadoras lo necesitan para mantener su amor y su generosidad, pues en la mayoría de los casos dejan de vivir sus vidas para alargar la de sus seres queridos que no viven en el presente.
Las sociedades modernas y desarrolladas se miden por cómo cuidan a sus mayores, pero tendría que darnos vergüenza nuestra actitud y mucho más la de nuestros políticos, que siempre prefieren hacerse fotografías en colegios llenos de globos de colores, antes que con personas con Alzheimer, que tienen su mirada en una oscuridad infinita, junto a unas cuidadoras, que sin tiempo de maquillaje, sonríen a la cámara con una mirada cansada y ojerosa por la falta de cuidados físicos y emocionales.
Por eso mismo, es una afrenta la falta de recursos que tiene la mal llamada Ley de Autonomía Personal, cuando no aporta el dinero suficiente para poder atender con dignidad a nuestros abuelos y padres, que crearon el Estado del Bienestar tras pasar una Guerra civil y una dictadura.
En este caso, hace falta que las mismas mujeres, propongamos un plan concreto y posible con verdaderas acciones de sororidad, para sostener a las cuidadoras, como una forma de atenuar su constante soledad hasta que puedan recuperar sus vidas, si es que algún día logran hacerlo.
Hay que enmendar la falta de apoyo social, creando una red que las incluya a través de apps con información sobre los trámites necesarios para conseguir ayudas, así como con teléfonos de atención psicológica. Por otro lado, potenciar todas las reuniones que se necesiten, con datos e informaciones que les sean útiles y las protejan, además de mostrar la desigualdad salarial en la que se encuentran por tener que acogerse obligatoriamente a la reducción de jornada.
Para terminar, recuerdo una frase de Ingmar Bergman, que siempre dice un buen amigo, ya que me parece muy exacta y después de estas reflexiones, puede servirnos de algún consuelo: «Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena».