Marta Hernández-Gil: «Pinto escaleras. Quizá porque siempre las he subido, de una forma u otra»

Foto Marta Hernández-Gil

Marta Hernández-Gil es una mujer activa, muy activa, más allá de su movilidad reducida como consecuencia de la polio que contrajo en sus primeros meses de vida. A sus 63 años, asegura que la discapacidad nunca le ha impedido hacer todo aquello que ha querido, como ser madre o llevar una vida laboral plena. Eso sí, reconoce que ha sido ella quien ha tenido que adaptarse constantemente al entorno. Ahora, ya jubilada, vive con independencia, disfruta de pintar —una pasión que retomó tras su pase al "retiro" administrativo— y, curiosamente, lo que más le gusta pintar son escaleras. No sabe muy bien por qué, aunque, como ella misma bromea, "seguro que Freud tendría mucho que decir". En esta conversación con cermi.es diario, nos adentramos en el día a día de una mujer "corriente" con discapacidad que afronta la vida con buen humor, lucidez y una fuerte determinación para seguir disfrutándola a su manera.

 

¿Quién es Marta Hernández-Gil y cómo es su día a día?

Soy una persona optimista y activa. Trabajé durante muchos años en administración y contabilidad, pero me incapacitaron por problemas de movilidad, ya que mis hombros estaban muy dañados tras años usando bastones. Ahora disfruto de mi tiempo pintando, estudiando idiomas y haciendo actividades en el centro de mayores. Me considero independiente y trato de mantenerme activa cada día. Voy a clases de inglés, historia e italiano, además de hacer rehabilitación una vez a la semana. También pinto mucho, una actividad que retomé cuando me dieron la incapacidad laboral. La verdad es que me lo paso muy bien y me mantiene entretenida.

Nunca me he sentido "discapacitada", aunque reconozca que tengo una discapacidad

¿Cómo vivió su infancia y adolescencia con discapacidad?

Tuve una infancia feliz. Aunque pasé mucho tiempo ingresada por la polio, no me sentí excluida. Luego, en el colegio, sí que hubo algunas dificultades. Estudié en un centro religioso y no tenían en cuenta mis necesidades de accesibilidad. Subía escaleras en una especie de trona o cargada por otras personas. Nunca se me adaptó el entorno, era yo quien tenía que adaptarme. Pero siempre fui muy social, tenía amigas y salía mucho. A los 14 años empecé a usar bastones y eso me dio aún más libertad.

¿Cómo fue su experiencia laboral?

Trabajé desde muy joven. Primero en un despacho de abogados, luego en varios departamentos de administración y contabilidad. Nunca me pusieron trabas por mi discapacidad, o al menos no directamente. Yo iba con mi muleta, subía escaleras, hacía lo que tenía que hacer. A veces me encontraba con obstáculos, pero los salvaba. Siempre he pensado que si te paras a lamentarte, no avanzas. Cuando me incapacitaron fue duro, pero lo entendí: ya no podía con el ritmo físico del trabajo. Entonces empecé otra etapa.

¿Qué ha supuesto para usted vivir sola?

Un acto de libertad. He vivido en pareja, he sido madre, pero ahora estoy sola y feliz. A veces necesito ayuda puntual, y para eso está la asistencia personal. Vivo en una casa sin barreras, me muevo con mi andador y he hecho las adaptaciones necesarias. Me gusta mi independencia. No soy una heroína, simplemente he organizado mi vida como me ha parecido mejor. Aunque debo decir, que he podido ser madre gracias al apoyo de familia.

¿Has sido reivindicativa a la hora de exigir accesibilidad en tu entorno?

Sí, lo he sido, sobre todo hace años, cuando vivía en zonas menos accesibles o cuando me encontraba con obstáculos evidentes en mi día a día. Viví durante muchos años en Torrelodones, y allí me tocó alzar la voz en más de una ocasión: reclamar una acera practicable, una rampa decente o simplemente que se cumpliera la normativa. Ahora, quizás estoy más tranquila porque me he adaptado a un entorno más accesible, pero sigo siendo muy consciente de todo lo que falta. No hay que dejar de decir las cosas, aunque a veces una se canse un poco de tener que luchar por lo evidente.

La accesibilidad es también actitud. Falta formación, empatía y escucha

¿Se ha sentido discriminada por tu discapacidad?

No directamente. Tal vez sí en cosas sutiles: cuando alguien asume que no puedes hacer algo, o cuando te infantilizan. Pero yo siempre he llevado la iniciativa. Quizá porque no me he sentido nunca "discapacitada", aunque reconozca que tengo una discapacidad. Soy consciente de mis límites, pero también de mis posibilidades. Y creo que muchas veces las barreras están más en la mirada de los demás.

¿Qué opina de la accesibilidad hoy en día?

Ha mejorado, claro, pero todavía queda mucho. Las ciudades no están pensadas para todas las personas. Y no solo hablo de rampas o ascensores: hablo de mentalidad. A veces te encuentras con una rampa, pero detrás una puerta imposible de abrir. O con alguien que no sabe cómo ayudarte. La accesibilidad es también actitud. Falta formación, empatía y escucha.

¿Qué necesitan las personas con discapacidad, desde su punto de vista?

Creo que cada persona con discapacidad tiene unas necesidades distintas, pero si tuviera que decir algo común, es la autonomía. Tener una vivienda adaptada, accesibilidad real en las calles, y ayudas eficaces. En mi caso, lo que me gustaría es una cocina más baja, un baño completamente adaptado, cosas que me permitan hacer la vida más fácil sin depender tanto de otros. También acceso a taxis accesibles, algo que todavía es muy limitado. Y sobre todo, que se escuche más a las personas con discapacidad, porque muchas veces las soluciones están, pero no llegan a quienes las necesitan.

¿Se considera una activista?

Lo fui mucho más al principio, cuando llegué a vivir a Torrelodones. Me pasaba el día protestando por lo que no estaba bien: aceras, accesos, rampas. Y lo arreglaban, tengo que reconocerlo. Pero con el tiempo, me cansé de luchar contra todo. Ahora prefiero adaptarme a lo que hay, buscar mi camino sin enfadarme. Me he rendido un poco, quizás, pero también he ganado tranquilidad.

¿Qué significa para usted la pintura?

La pintura es mi espacio de libertad. Empecé a pintar después de que me incapacitaran laboralmente, y ha sido una forma de reencontrarme conmigo misma. Me relaja, me entretiene, me hace sentir útil y creativa. Curiosamente, lo que más me gusta pintar son escaleras. No sé muy bien por qué, pero seguramente porque siempre he tenido que subirlas, literal y simbólicamente. Las escaleras, en mi caso, pueden representar los obstáculos que he tenido que superar, pero también mi capacidad de seguir subiendo, de seguir adelante.

Dibujo de escalera de Marta Hernández-Gil

¿Qué mensaje le gustaría compartir con otras mujeres con discapacidad?

Que no se rindan, que vivan su vida con plenitud. Que pidan ayuda cuando la necesiten, pero que no se dejen definir por la discapacidad. Que se rodeen de personas que las valoren y respeten. Y que se animen a expresarse, ya sea con la voz, con el arte o como sea. A mí la pintura me ha dado mucho. Como decía antes, pinto escaleras. Quizá porque siempre las he subido, de una forma u otra.

Las barreras muchas veces están en la mirada de los demás