La presencia de la gracia
Pocas escritoras alcanzan la textura de Flannery O’Connor (1925-1964): católica por el lado más áspero, moralizante, estricta, con niebla de duda a modo de légamo en el manantial de sus razonamientos, autora nada amable que se ciñe un cíngulo cuando pespunta párrafos. Pero pasa el tiempo y su prosa cada vez resplandece más por lo necesario de los elementos que intervienen en ella. Nada hay de alharaca, asombro, de pathos. Cuenta como quien describe, pero con una profundidad casi hiriente.
La presencia de la gracia, de la escritora norteamericana Flannery O´Connor (1925-1965), es el nuevo título de la colección Empero de literatura de la diversidad que editan el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) y CINCA.
Acosada por la misma enfermedad que acabó con su padre, el lupus, O’Connor (como Quiroga, de otro modo) se obsesiona con la muerte. Escribe desde la violencia, y solo a través de ella sus personajes alcanzan la gracia, es decir una epifanía, casi siempre en el instante en el que ya nada pueden enmendar.
Sus libros, como Sangre sabia, se instalan en alguna tenada de la conciencia, y ya no nos abandonan. Su estilo, inconfundible: personajes que provienen del extrarradio de la humanidad, zarabanda entre lo cómico (con retranca siempre) y la tragedia, predicadores que abocan a la perdición… Fascinantes son sus ensayos sobre escritura, y cualquiera de sus cuentos, reunidos en castellano por Lumen.
Ahora, el CERMI ha publicado La presencia de la gracia, hasta este momento inédito en nuestro idioma, donde la sureña indaga, a través de la crítica literaria, sobre el pulso narrativo, al tiempo que trata de adecentar con palabras la religiosidad que va asumiendo. Perteneciente a la colección Empero, está traducido por Mario Grande, e incluye la selección de Leo J. Zuber, íntimo amigo de la autora, y la introducción y edición de Carter W. Martin.
Con una fe acatada desde una autenticidad casi insólita a nuestros ojos posmodernos, tan descreídos, O’Connor describe a personajes blancos atormentados por visiones del infierno, que buscan a toda costa la salvación, y que irremediablemente han de lidiar con el mal que llevan dentro y que acecha en la exterioridad. Sus textos son parábolas.
La gracia es un don que Dios concede para que el alma se transforme y se eleve, y por medio de ella se accede a una verdad, una revelación a la que no se habría podido llegar de ninguna otra manera. En su narrativa, es la violencia a la que se someten sus personajes lo que les permite alcanzarla. La gracia.
OFRENDA DE VIRTUD
Las reseñas que recoge este interesantísimo volumen pertenecen a su colaboración en distintos periódicos diocesanos, alguno de ellos «sedicente», como ella misma lo califica, refiriéndose a Bulletin. Digamos una hoja parroquial, casi. Con perdón. Pero escritas con la profesionalidad, la altura y la lucidez que si hubieran sido encargados por la cabecera más reputada de aquel entonces. Lo cual dice ya tanto de su autora. Por ejemplo, su compromiso para elevar y enriquecer el debate de los católicos sobre distintos asuntos que les afectaban de manera directa, aquellos temas en los que uno «se pone nervioso cuando Cristo entra en la conversación».
Defensora convencida de la libertad de pensamiento entre los católicos, destaca su consideración sobre un libro como The Council, Reform and Reunion, de Hans Küng, a quien el Vaticano había apartado de la docencia por cuestiones de ortodoxia.
Más allá de su estilo sobrio, destaca Martin en su introducción que «uno de los atractivos de leer estas reseñas es el derroche de ingenio y sensatez; otro es saborear la calidad de la mente de Flannery O’Connor en funcionamiento sobre el intenso contenido intelectual de su fe. Por si fuera necesario corroborar que su arte se levanta sobre convicciones religiosas que ella sometía a un profundo examen tanto en su corazón como en su mente».
Leemos en una de estas reseñas, la correspondiente a Tres novelas, de Paul Hogan, fechada en 1956. «Hay un clamor general en la tierra por novelas sobre personas con valores positivos que triunfan gracias a la práctica de la virtud. Semejante demanda implica que no las hay. Tales novelas son ciertamente raras porque son las más difíciles de escribir, pero estas tres novelas cortas de Mr Hogan demuestran que por fin se pueden encontrar y en este caso por 65 centavos. Solo hace falta que quienes han estado clamando aseguren unas grandes ventas a Mr Hogan e Image, posibilidad harto improbable. La virtud solo puede triunfar de un modo creíble en personajes muy perfilados y sobre un telón de fondo donde se reconozca que las raíces están en el pecado original. Donde exista este conocimiento y el conocimiento de la Redención por parte de autor y lector, el relato puede desenvolverse sin esa tensión que acompaña al escritor que da por sentado, con razón, que lo van a leer sobre todo lectores que no comparten sus creencias. Parte de la serena calidad clásica de los relatos de Mr Hogan puede deberse a que es capaz de imaginar un auditorio que no ha perdido su creencia en la doctrina cristiana. El resto hay que atribuirlo a que es un artista por naturaleza (...)»
En las reseñas de O’Connor, más allá de la doctrina o el acercamiento católico, se desprenden enseñanzas literarias, uno aprende a leer de otro modo las novelas y los textos.
Y se agradece que no se aplique censura alguna, ni siquiera aquella que responde a la más elemental norma de la cortesía: «Es mucho más fácil escribir la biografía de un sinvergüenza que la de un santo, aun cuando no sea tan conocido. Lo que se sabe de Rabelais llenaría pocas páginas, pero Mr D. B. Wyndham Lewis ha llevado el tema a 250. Rabelais comenzó su vida monástica como franciscano, cambió a benedictino, después al clero regular y no está claro si finalmente murió dentro o fuera de la Iglesia. El esfuerzo de Mr Lewis ha consistido básicamente en mostrar que este personaje no fue un héroe ilustrado del siglo XVI sino más bien un vulgar oportunista con un gran genio cómico. Esto lo logra a satisfacción del lector y, como valora mucho el talento de Rabelais, afortunadamente su argumentación no suena a alegato», leemos
De una síntesis admirable, las páginas que conforman La presencia de la gracia nos incomodan, nos interpelan, suponen ofrenda de virtud (ética, estética). Lo de O’Connor roza lo absoluto. La gratia plena.