Por las Cuidadoras Sin Relevo

Imagen de las madres participantes en la Escuela de Madres el pasado mes de octubre

Cuidadoras sin relevo: las madres de hijas e hijos con discapacidad — una mirada feminista, el cuidado no es destino, es desigualdad estructural. El cuidado ha sido históricamente asignado a las mujeres como mandato de género. No es casual, ni “natural”, ni inevitable: es el resultado de un sistema patriarcal que sostiene su funcionamiento sobre el trabajo invisible y no remunerado de millones de mujeres.

Cuando nace una niña o un niño con discapacidad, o aparece una discapacidad en el desarrollo, esa desigualdad se intensifica. La maternidad, ya atravesada por expectativas imposibles, se vuelve aún más exigente, más solitaria y más invisible. Y la sociedad, en lugar de repartir responsabilidades, celebra el sacrificio y romantiza la capacidad infinita de entrega.

Este artículo mira desde una perspectiva feminista aquellas vidas que sostienen el mundo del cuidado sin descanso: las madres de hijas e hijos con discapacidad, cuidadoras sin relevo en un sistema que espera de ellas amor… pero no les ofrece justicia.

El mito del “amor que todo lo puede”:

Se suele celebrar a estas madres como “guerreras”, “ángeles”, “heroínas”. Pero el feminismo nos enseña algo esencial y es que e romantizar el sacrificio es otra forma de explotación.

El amor materno es real y poderoso. Pero no debe convertirse en la excusa perfecta para negar derechos, cargar responsabilidades y perpetuar abandono institucional y social.

No necesitamos, ni queremos, alas ni altares.

Necesitamos recursos, tiempo propio y reconocimiento material.

La división sexual del trabajo sigue vigente y los datos lo confirman: los cuidados siguen teniendo nombre de mujer. Las madres somos quienes:

  •  dejamos empleos o reducimos jornada
  •  perdemos independencia a todos los niveles
  •  cargamos con las gestiones médicas, educativas y legales
  •  asumimos el acompañamiento emocional constante
  •  nos volvemos terapeutas, coordinadoras, abogadas y defensoras.

El cuidado no aparece porque “lo hagamos mejor”.

Aparece porque la sociedad coloca a las mujeres ahí, por defecto.

Y cuando esa maternidad implica discapacidad, el mandato es más férreo, la carga más pesada y la soledad más densa.

Capacitismo y patriarcado: violencias que se cruzan

Las madres vivimos en la intersección de dos sistemas de opresión:

Ambos sistemas definen quién merece apoyo… y quién debe arreglárselas sola.

Soledad y culpa, las herramientas del control social:

Cuando una mujer reclama descanso, cuidado para sí misma o reparte responsabilidades, la sociedad la mira con sospecha:

  •  “¿Cómo vas a dejar a tu hijo?”
  •  “Nadie lo cuidará como tú”
  •   “Una buena madre no se queja”

El mandato patriarcal aquí es claro:

Ser madre significa sacrificarse sin límite.

Y si la discapacidad entra en escena, el sacrificio debe ser aún mayor. Esta narrativa no es amorosa ni compasiva; es opresiva, culpabilizante y peligrosa. Es violencia simbólica.

Un enfoque feminista exige:

  •  distribución equitativa del trabajo de cuidados
  •  servicios públicos accesibles, gratuitos y suficientes
  •  ingresos y derechos laborales garantizados
  •  respiro familiar real y no simbólico
  •  apoyo psicológico, terapéutico…especializado y gratuito
  •  accesibilidad universal
  •  reconocimiento 

No se trata de “ayudar” a las madres.

Se trata de transformar el sistema que las sobrecarga.

Salir del silencio, politizar el cuidado,

Cuidar no es un asunto privado.

Ni “del corazón”.

Ni “cosa de las madres”.

Es una cuestión pública, política y de derechos humanos.

Mientras las instituciones se escudan en la “falta de recursos”, miles de mujeres sostienen, con su cuerpo y su tiempo, el fracaso de un sistema que debería garantizar igualdad.

El problema no es que cuidemos.

El problema es que cuidamos solas.

Y así son las cosas : justicia, no heroísmo

A estas madres, a nosotras, no les falta amor.

A la sociedad le falta justicia.

No necesitamos flores en redes sociales ni frases motivadoras.

Necesitamos que el Estado, la comunidad y los hombres se responsabilicen.

Porque cuidar es una tarea colectiva.

Y la maternidad no debe ser una frontera que nos encierre.

Que nuestra lucha deje de ser silenciosa.

Que nuestra vida sea digna.

Que el cuidado se reparta.

Que nuestra libertad importe.

No soy una heroína: soy una mujer autista criando en un mundo que no pensó en nosotras. El problema no es mi cuerpo, ni mi cerebro, ni mi yo, es la falta de apoyos y derechos.

Mi discapacidad no me resta capacidad de amar, criar y decidir. Lo que me limita es un sistema que espera que lo haga todo sin ayuda.

Cuidar mientras también necesito cuidados no es debilidad: es resistencia. Lo que falta no es fuerza en mí, sino justicia afuera.

Ser madre con discapacidad no es una tragedia. La tragedia es un país que no contempla nuestros cuerpos, nuestras realidades ni nuestras maternidades.

No quiero que me admiren por aguantar. Quiero apoyos para vivir y criar con dignidad. Y que mi hijo tenga de la misma forma los apoyos q una enfermedad mental necesita.

Artículo de opinión de

Las Cuidadoras sin relevo, un grupo de madres de hijos e hijas con discapacidad de la fundación CERMI Mujeres