La excepción nunca es la norma

Vicky Bendito, periodista
Vicky Bendito, periodista

Hay una tendencia social cada vez más extendida a hacer de la parte el todo, de la excepción la norma, obviando la realidad, es más, negándola. Y no me refiero a quienes niegan la covid-19, o a quienes abrazan el terraplanismo (da igual que la especie humana haya pisado la luna) o se declaran antivacuna. Me refiero a quienes como en su entorno todo es happy power flower, pues deducen que el mundo entero es igual, y no.

Me ocurrió en una mesa redonda con motivo del día de la discapacidad. Conocí a una mujer para quien quienes denunciamos que la discapacidad nos lo pone más difícil a las mujeres y los hombres que la tenemos estamos pintando un panorama que no responde a la realidad, a juzgar por su propia experiencia, concretamente en la plataforma que ella dirigía, donde sí conocía personas con discapacidad altamente cualificadas. 

Una cosa es ser optimista y tener una actitud constructiva en la vida y frente a la adversidad, y otra ser negacionista. De la misma forma que la inclusión no consiste en tratar a las personas con discapacidad como si no la tuvieran sino, precisamente, teniéndola en cuenta, ser optimista o tener una actitud constructiva no puede impedirte ver la radiografía social de las personas con discapacidad, especialmente dura para las mujeres y niñas, que, sin tener apenas referentes, tienen mejor nivel formativo que los del sexo opuesto con discapacidad, y también mayor tasa de desempleo, si la memoria no falla.

Los datos son tozudos, siguen siendo tozudos, solo una de cada cuatro personas con discapacidad trabaja. Las otras tres no lo hacen, muy probablemente, no porque no quieran, sino porque no pueden, y no pueden, muy probablemente, porque no han podido estudiar más allá de la primaria por falta de accesibilidad escolar. La accesibilidad es ese derecho fundamental para nuestro colectivo, sin el cual el resto de derechos no son posibles.

Cuando destacan determinados casos de éxito de inclusión laboral existe el peligro de hacer creer que esa es la norma, cuando es la excepción, es esa 1 de cada cuatro personas con discapacidad que sí trabaja, ese ‘si quieres, puedes’ frente al abrumadoramente mayoritario ‘querer no siempre es poder’ que implican esas 3 de cada cuatro personas con discapacidad que no tienen trabajo. 

Negar esa realidad, argumentando que como no es la que vivimos en nuestro entorno más inmediato, no existe o está falseada, es no querer remangarse para derribar esos muros de la vergüenza que supone la exclusión de las personas con discapacidad, especialmente de las mujeres, muchas de las cuales son abocadas a un futuro de servicio doméstico familiar como única opción.

Nos han vendido la moto de ‘si (tú) quieres, (tú) puedes’, pero tú, sólo tú, en tu mismidad y en tu soledad, y si no consigues tu objetivo la culpa es tuya y nada más que tuya (no importa que las empresas se salten la obligación de contratar a personas con discapacidad, no importa que nos paguen menos que las personas sin discapacidad, no importa que seamos mano de obra barata para tanto desalmado, qué va, la culpa es tuya) y muchas personas se lo han creído. 

Y por eso, como decía, me preocupa seriamente esa tendencia a hacer de la parte el todo porque evidencia un individualismo atroz capaz de devorar algo esencial en toda lucha por la igualdad, la colectividad, el sentido de comunidad, de pertenencia a un todo sin el cual nuestros derechos son invisibles y somos más vulnerables.