En estas últimas décadas se ha producido una eclosión de movimientos de mujeres que trasladan críticas al pensamiento feminista clásico a través de las voces marginales y subalternas que durante muchos años han permanecido en silencio. Estas nuevas voces de mujeres han ido tejiendo el relato de una genealogía del pensamiento producido desde una periferia habitada por mujeres, lesbianas, mujeres racializadas y, cómo no, también por mujeres con discapacidad, entres otras muchas.
La experiencia situada de las propias mujeres con discapacidad, sin que sea homogénea y sin llevar a esencialismos peligrosos, ha ido nutriendo la agenda feminista -sí feminista, y no otra cosa- de demandas que sin su presencia y aportes difícilmente aparecerían recogidas en ninguna otra agenda política.
El feminismo como movimiento social y político que lucha por la igualdad de las mujeres en el contexto de una sociedad patriarcal, no puede abstraerse de la experiencia vital de sus protagonistas, atravesada por diversos ejes de opresión que interactúan generando situaciones específicas de exclusión. El concepto de interseccionalidad surge precisamente de la reflexión crítica que se produce en torno a otro concepto también problemático, como es el de género. Ese modelo único de mujer que toma como referencia exclusiva a las mujeres blancas, heterosexuales y de clase media es contestado por otras muchas mujeres desde los márgenes, entre ellas las mujeres con discapacidad, para las que el hallazgo de esta aproximación ha resultado fundamental a la hora de construir un edificio teórico y una nueva praxis reivindicativa.
Esta teoría ha permitido realizar una crítica a la noción de mujer, como concepto hegemónico, donde el sujeto así designado se caracteriza por experimentar una única realidad uniforme y sin fisuras. Cabría aquí introducir otra categoría, la de discapacidad, para ampliar, aunque no de manera completa, una necesaria mirada poliédrica que integre las experiencias y reivindicaciones de las mujeres con discapacidad, heterogéneas y diversas siempre. Las categorías de discriminación que fundamentalmente han servido para cimentar la teoría de la interseccionalidad han sido las de género y etnia/raza, estableciéndose, asimismo, interconexiones con la clase social y la orientación sexual. La discapacidad es una rara avis en este contexto, que solo en los últimos años ha comenzado a estar presente en los análisis de la academia y en la praxis de muchas organizaciones sociales.
Aquí, es fundamental concebir la discapacidad como un constructo sociocultural fabricado por el poder a través de sus valores, su cultura, sus instituciones, sus discursos y sus prácticas, y huir de falsos esencialismos. Aun cuando en el ámbito de las luchas por los derechos de las personas con discapacidad el paradigma vigente es precisamente el de los derechos humanos, sin embargo, siguen existiendo en la actualidad ciertas reminiscencias o revivals que recuerdan constantemente la historia de opresión sufrida por las mujeres y hombres con discapacidad, supervivientes de políticas y prácticas eugenésicas, paternalistas y médico-rehabilitadoras.
La “disfobia” término enunciativo que designa todo ese conjunto de prácticas y discursos discriminatorios y opresivos contra las personas con discapacidad, permanece vigente en el imaginario colectivo y, en muchas ocasiones, cristalizado en los ordenamientos jurídicos. La interconexión del género y la discapacidad y la reflexión en torno a las situaciones concretas de opresión que el machismo y la disfobia producen sobre las mujeres con discapacidad, han formado parte del trabajo llevado a cabo precisamente por las mujeres que integran el movimiento social de la discapacidad en todo el mundo.
Así, no es casual, que el primer Manifiesto de las Mujeres con Discapacidad en Europa, adoptado por el Foro Europeo de la Discapacidad en 1997, apareciera en una década, la de los 90, en la que se produjo una importante irrupción del feminismo crítico desde los márgenes. Ya desde la Conferencia de Beijing de 1995 se venía hablando en el ámbito de la discapacidad de la transversalidad de género como una especie de mantra que debía permear la política pública de los gobiernos y la acción de las organizaciones sociales.
Tampoco es casual que la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas, aprobada en el año 2006, y en vigor en nuestro país desde el 2008, hable de “múltiples formas de discriminación” al referirse a las mujeres y niñas con discapacidad (art. 6 de la Convención). Esta mirada sobre las “nuevas formas de discriminación” nace con una clara vocación de “interseccionalidad”, aun cuando solo se aluda concretamente a la “discriminación múltiple”, y viene a ser el resultado de las demandas de la sociedad civil organizada en torno a la discapacidad, y más concretamente, del feminismo surgido en el seno de este movimiento.
En los últimos tiempos se ha criticado esta aproximación interseccional al sistema de discriminaciones, al considerarla una amenaza que desvirtúa la agenda feminista, ‘contaminándola’ con demandas ajenas. Sin embargo, para el movimiento de mujeres con discapacidad ha sido la herramienta estratégica utilizada desde el comienzo para hacer valer sus reivindicaciones, ya que permite alumbrar formas de exclusión patriarcal y capacitistas que de lo contrario permanecerían por siempre ocultas.
Un buen ejemplo de ello ha sido apuntado por Mª Ángeles BARRÈRE UBZUETA y Dolores MORONDO TARAMUNDI al señalar que: “Una de las quejas del feminismo negro era que el Movimiento de Liberación de la Mujer (WLM, en inglés) se centraba únicamente en el problema del aborto. Para la WLM la prohibición del –o la falta de acceso al– aborto era una instancia de la misoginia. Por su parte las Back Feminist veían en la esterilización forzosa una instancia del racismo. Y sobre esto se enfrentaban, sí, pero entre ellas. En este caso una perspectiva interseccional permitiría entender que el control patriarcal de la capacidad reproductora de las mujeres se expresa de forma diversa en los diversos grupos de mujeres: como prohibición de aborto entre las mujeres blancas de clase media (que constituían mayoritariamente el WLM); como esterilización forzosa entre las mujeres pobres, las nativas americanas o las discapacitadas (sic) (y por lo tanto no como experiencia exclusiva o específica de las mujeres negras); como fertilidad incontrolada en las mujeres de algunos grupos religiosos, etc.”.
Porque, sin duda alguna, una agenda feminista ‘contaminada’ de intersecciones es una lupa de gran aumento que muestra esos otros caminos que deben transitarse para no dejar a ninguna mujer atrás.