¿Quién no tiene recuerdos de algunas actitudes de burla o de desprecio de nuestros compañeros o compañeras en los primeros años de la escuela? A veces, ni siquiera te dabas cuenta hasta que crecías un poco o hasta que otras personas te mostraban que eso que te estaban diciendo no era un chiste, sino una burla y, en el mejor de los casos, un rechazo.
Ahora con los avances tecnológicos puede ser todavía peor, porque nuestra sociedad está a merced de las redes sociales y de la utilización indiscriminada de los teléfonos inteligentes, que no solo usan las niñas y los niños en edad escolar, también en la adolescencia y en la adultez... Asimismo, UNICEF estima que los niños y niñas con discapacidad tienen muchas más probabilidades que el resto de sufrir violencia física y sexual, así como desatención (UNICEF & OMS, 2013).
La democracia se basa en una educación que cada vez debe ser más inclusiva, para reflejar a esa sociedad que pretendemos alcanzar. Sin embargo, se mantienen los peligros y los riesgos de siempre, que se supone debemos afrontar, aunque sea desde la ignorancia ante una tecnología que nos supera y que conocemos a medias a través de un uso casi sin restricciones y con una legislación, que la mayoría de las veces funciona con retraso.
Poco a poco, se ha ido abriendo paso en la maraña de esta modernidad la necesidad de una conciencia social más efectiva para proteger a las personas más indefensas, las niñas con discapacidad, que desde siempre han sido las víctimas más fáciles y débiles en las que se puede descargar la agresividad, la violencia o los miedos que siempre atrae la diversidad.
Esos miedos pueden ser un reflejo de nuestro interior, por la inseguridad o por la falta de aceptación que casi todas las personas tenemos, pero en el caso de las adultas se supone que es más fácil la reflexión y tal vez la contención, que son más difíciles en la infancia, que podrían impedir, contrarrestar o limitar los ataques y la violencia verbal en las redes.
Como sabemos, uno de los peligros más preocupantes en este momento, es el ciberacoso infantil, también conocido como “ciberbullying”, que es una forma de acoso o intimidación que se lleva a cabo a través de medios electrónicos, como internet, redes sociales, mensajes de texto o aplicaciones de mensajería. Este tipo de acoso puede incluir insultos, difamación, amenazas, exclusión social, homofobia, reírse de cuerpos diferentes, difusión de rumores o imágenes ofensivas, entre otras formas de maltrato psicológico o emocional con el objetivo de intimidar, humillar o causar daño a la víctima.
El ciberacoso puede tener graves consecuencias para la salud mental y emocional de las niñas y adolescentes afectadas, por lo que es importante prevenirlo y abordarlo de manera adecuada para detenerlo, por lo tanto, se debe prestar atención a cualquier señal sospechosa para ofrecer todo el apoyo necesario para abordar la situación.
La concienciación, la educación y la promoción de un entorno seguro en línea son claves para proteger a las personas más sensibles e inocentes ante los abusos de confianza. Lo fundamental es actuar de manera rápida y efectiva para proteger su bienestar emocional y físico. Aquí describimos algunas medidas que se pueden tomar:
- Escuchar y apoyar a la niña con discapacidad, para brindarle un espacio seguro para que pueda expresar sus sentimientos y preocupaciones: Escuchar activamente y mostrar empatía puede ayudarla a sentirse comprendida y respaldada.
- Documentar y recopilar pruebas: es importante recopilar evidencia del ciberacoso, como capturas de pantalla de los mensajes o publicaciones ofensivas. Estos datos pueden ser muy útiles para hacer la denuncia ante las autoridades y a la plataforma en línea correspondiente.
- Informar a las autoridades competentes: si el ciberacoso es grave o recurrente, es recomendable avisar a la policía para que pueda intervenir o asesorar y tomar las medidas necesarias.
- Bloquear a las personas agresoras: en muchos casos, es posible detectarlos en las redes sociales o en las aplicaciones de mensajería para evitar futuros contactos no deseados.
- Buscar apoyo profesional: en situaciones de ciberacoso es importante contar con la ayuda de profesionales, como psicología, medicina, docencia, trabajo social o forenses especializados, que puedan brindar orientación y asistencia emocional a la niña y a su familia.
Conviene tener presente, aunque seamos repetitivos, que la prevención y la educación son esenciales para combatir el ciberacoso. Promover un entorno seguro en línea y fomentar la empatía y el respeto hacia las demás personas son pasos fundamentales para prevenir este tipo de situaciones.
Un ejemplo de ciberacoso a una niña con discapacidad puede darse si un grupo de compañeros y/o compañeras de clase crea perfiles falsos en las redes sociales para burlarse de ella por su condición, enviándole mensajes ofensivos o difundiendo rumores falsos, que le afecten. También, podría ser excluirla intencionalmente en los chats grupales o en actividades en las redes, con el objetivo de aislarla y hacerle sentir marginada.
Aunque cada caso sea distinto, así como las vivencias de cada persona, es lógico que estos comportamientos causen secuelas psicológicas graves, dañando la autoestima de las víctimas y su capacidad de relacionarse con las demás personas, así como para desenvolverse en entornos virtuales, por eso se debe actuar con mucha rapidez y, al mismo tiempo con sensibilidad y empatía, tomando medidas para prevenir futuros episodios.
En síntesis, en necesario poner especial cuidado en tratar de evitar que se den estas situaciones hablando y escuchando, tanto los padres y madres como el personal docente, acerca del uso de las aplicaciones, de los juegos que están utilizando, así como sobre sus amistades online y qué hacen en la red. Es decir, se trata de preocuparse, de hablar estos temas con naturalidad, como cuando comentamos lo que ha pasado cada día en la escuela o en el parque con los amigos y amigas.
Como padres y madres, educar es mantener una relación de confianza para que en el caso de tener problemas no los oculten y recurran a nosotros o a otra persona adulta de su confianza, sin que sientan miedo de ser juzgados o castigados. Por último, lo más importante es dar ejemplo, teniendo en cuenta que las personas adultas somos un modelo, también con nuestro comportamiento online, ya que no sirve evitar que usen los móviles y las redes sociales, sino que todo se haga con medida, con información y responsabilidad.
Noelia López Aso