Como creo que siempre conviene revisar el origen de las palabras, según la RAE, procrastinar viene del latín y significa postergar, aplazar o diferir para mañana. Desde hace unos años, ha entrado en nuestra lengua a partir del inglés, relacionada con objetivos y productividad.
Sin embargo, en mi opinión existen muy diversas causas y diferentes ocasiones en las que las personas y con mayor incidencia, las mujeres con discapacidad decidimos postergar o no cumplir con lo que tenemos que hacer o con lo que los demás esperan que hagamos.
Las emociones y los esfuerzos que debemos poner en juego para concretar algunas tareas son muchas veces las razones que nos damos para postergarlas, aunque nos sintamos mal y nos culpemos por no lograr lo que nos habíamos propuesto.
Hay diferentes tipos de procastinadoras:
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Las ocasionales, que solo tienen la necesidad de postergar ante unas pocas situaciones.
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Las crónicas, que tienen la necesidad constante de evadirse siempre y que mantienen en el tiempo esa conducta, hasta que desordena totalmente sus vidas.
En general, todas las personas en diversos momentos de nuestra vida hemos tenido conductas que nos han llevado a postergar tareas o estudios, pero si no se han convertido en algo crónico, hemos aprendido a cambiarlas o a gestionarlas para que no nos mortifiquen.
El problema es que, cuando no se puede superar la tendencia a aplazar y diferir los desafíos que se presentan, ya sea afrontar exámenes o responsabilidades más o menos exigentes, sería conveniente buscar ayuda para poder analizar qué factores, experiencias o emociones negativas hemos vivido para llegar a esa situación.
«No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.»
Las consecuencias de no plantearse buscar un cambio se pueden convertir en inmanejables, porque precisamente, nada se resuelve, se van acumulando los conflictos y cada vez la persona se siente más y más culpable, deteriorando su autoestima y la confianza en sí misma. La ansiedad se dispara frente a cada nueva situación que se posterga aumentando el estrés, los sentimientos de ineficacia y de insatisfacción personal.
Aunque episodios de este tipo se suelen vivir en la adolescencia y la juventud, se van superando con mayor o menor esfuerzo y no dejan de ser un interesante aprendizaje que va formando hábitos positivos que servirán para toda la vida.
En el caso de las mujeres con discapacidad, la paciencia consigo y el respeto ante las limitaciones propias y ajenas, serán un camino efectivo para no culpabilizarse ni presionarse excesivamente ante estas conductas, que cuando se van modificando muestran una manera de actuar ante las exigencias propias y de la comunidad, que nos acompaña.
Uno de los principales factores asociados a la procrastinación que se debe tener en cuenta es la ausencia de autocontrol, lo que da paso a una preferencia hacia las actividades que puedan generar recompensas a corto plazo.
En cambio, si este aspecto se logra desarrollar hará que la mujer con discapacidad elija aquellos comportamientos que le traerán consecuencias vitales de mayor valor.
Por último, también existen diferentes rasgos depresivos y ansiosos que pueden afectar a la motivación, para conseguir las metas a largo plazo, así como a las estrategias para realizar diferentes actividades.
En definitiva, ¿Qué podemos hacer para no postergar lo que no nos gusta o nos cuesta?
Una opción importante es practicar técnicas de meditación o mindfulness para atenuar nuestros pensamientos negativos. Aun reconociendo que no tenemos ganas de hacer algunas tareas, puede ayudarnos recordar la razón por la que es importante que las hagamos.
Apoyarse en el autoconocimiento y en estrategias de aprendizaje, como conocerse y saber el mejor momento y espacio en el que se puede realizar de manera más efectiva la tarea que tratamos de evitar. También, entender por qué es importante lo que se va a hacer y si es necesario, a medida que avancemos, podemos darnos pequeñas recompensas.
Ante todo, tenemos que plantearnos la meta de dejar de procrastinar y el primer paso es reconocerlo, el segundo es identificar la causa y el tercero es tener claro qué se conseguirá cuando se haya realizado la tarea. También sirve dividir el trabajo global en pequeñas tareas más concretas.
Hay algunas estrategias que nos ayudarán a cambiar definitivamente esta costumbre:
1. Aplicar la regla de los dos minutos. Todo lo que se pueda hacer en poco tiempo hay que hacerlo. Si algo lleva entre uno y diez minutos, se puede hacer en este momento y hay que quitarlo de en medio lo antes posible, porque nos dará mucha satisfacción.
2. Ponerse tiempos fijos. Una excusa que solemos decir para no hacer las cosas es que trabajamos mejor bajo presión, por eso esperamos a el último momento para finalizarlas. Si nos ponemos un plazo y nos convencemos de que tenemos que cumplirlo, lo haremos y no lo dejaremos para después.
3. Dejar tiempo para imprevistos. Para finalizar una actividad, calcular que puede pasar algo que la retrase, por eso será mejor terminarla antes del día de la entrega.
4. Cumplir el plazo es mejor que hacer todo perfecto. Otra de las razones para no terminar una tarea para tratar de hacerla perfecta, dedicándole demasiado tiempo y dejando otras sin resolver. Sin embargo, es mejor y más saludable y terminar todo a tiempo y no solo una parte, aunque esté excelente.
5. Empezar por algo, aunque sea poco. Muchas veces nos da miedo empezar una tarea, en ese caso conviene dedicarle, aunque sea cinco minutos y luego dejarla. Al dar el primer paso, el miedo disminuye y la inercia para hacerlo nos empuja a continuar.
6. Tomar decisiones. Iniciar algo se hace difícil cuando no hemos pensado en la forma de realizarla. Así que vale la pena pensar unos minutos en decidir cómo hacerla.
7. Utilizar registros. Si se tiene que hacer una tarea todos los días, nos ayudará llevar una tabla y poner una X o utilizar un calendario, lo que nos motivará al ver las X y al no querer dejar espacios sin su marca.
8. Dividir un trabajo muy extenso en pequeñas tareas. Para motivarnos y que no resulte abrumador, se puede dividir el trabajo en partes para ir terminándolas de una en una.
9. Evitar las distracciones. El móvil, las redes sociales o cualquier cosa que nos distraiga o nos sea más fácil de hacer, nos puede alejar del objetivo, así que conviene desconectar todo lo que nos aparte de la meta.
Para terminar, es importante entender que la procrastinación es un comportamiento que todas podemos tener en nuestra vida diaria, que puede ser explicado desde diferentes perspectivas: motivación, recompensa y autorregulación como los principales factores influyentes.
El caer a menudo en la postergación afecta a la larga la vida cotidiana y anula la sensación de estar al mando y de poder atender tanto nuestras obligaciones como nuestros deseos. Nos hace sentir como un marino en mitad de la tormenta vital, sin poder tener un rumbo que nos haga sentir valiosos, es decir, como en la premiada novela ‘El viejo Santiago’ de Ernest Hemingway.