«Nombrar lo innombrable: por qué debemos hablar del suicidio de las mujeres con discapacidad»

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Cada vez que hablamos del suicidio, algo se quiebra dentro. Porque el suicidio es eso: una grieta abierta que habla de sufrimiento, de soledad, de heridas no escuchadas. Y si no nos atrevemos a nombrarlo, no podremos hacerle frente.

En nuestra cultura, hablar de la muerte ya es difícil. Pero hablar del suicidio es casi una transgresión. Y si encima sumamos las palabras “mujer”, “discapacidad” o “salud mental”, entonces entramos en un territorio de absoluto olvido y desatención.

Las mujeres con discapacidad estamos sobre representadas en los factores de riesgo del suicidio: violencia, pobreza, aislamiento, abuso institucional, diagnósticos estigmatizantes. Y sin embargo, estamos infra representadas en las políticas públicas, en los estudios, en los planes de prevención. Esta es, literalmente, una lucha silenciosa. No porque no gritemos, sino porque nadie escucha nuestros gritos.

Desde el movimiento asociativo llevamos años trabajando con mujeres en los territorios donde más silencio hay: en lo rural, en los márgenes. Allí nació, por ejemplo, el Proyecto Julia, en Castilla y León. Un espacio donde muchas mujeres, por primera vez, pudieron decir “yo también”. Yo también he sufrido. Yo también he pensado en rendirme. Yo no estoy sola. Desde ahí, desde la palabra, desde el vínculo, empezamos a sanar.

Pero no basta con experiencias. Necesitamos estructuras. Desde nuestras entidades también impulsamos grupos de ayuda mutua para personas supervivientes del suicidio: familiares, amigas, personas que han vivido esa pérdida tan traumática. Ellas también necesitan ser escuchadas, acompañadas, sostenidas.

La reciente aprobación del Plan de Acción para la Prevención del Suicidio 2025-2027 es un paso importante, pero insuficiente si no nos incluye. Las mujeres con discapacidad no podemos seguir siendo una nota a pie de página. Necesitamos formación con perspectiva de género. Recursos en plural. Profesionales sensibilizados. Y financiación estable para sostener lo que ya funciona.

Quiero mencionar especialmente el servicio 024. Valoramos su existencia, pero quienes llevamos décadas haciendo intervención comunitaria sabemos que la atención al suicidio no puede ser solo una línea telefónica. Debe construirse desde la pluralidad: profesionales, familiares, personas con experiencia propia, organizaciones sociales. Solo así, desde la colaboración real y el reconocimiento mutuo, podremos ofrecer servicios a la altura del sufrimiento —y de la dignidad— de las personas.

Por todo esto, propongo que en cada estrategia de prevención del suicidio se incluyan medidas específicas para mujeres con discapacidad. Porque nuestras vidas importan. Porque nuestras muertes también deben importar.

Y sobre todo, porque hablar adecuadamente sobre el suicidio no lo promueve. Lo previene.

Extracto de la intervención en el XV Encuentro del Observatorio sobre Feminismo y Discapacidad de la Fundación CERMI Mujeres