Mujeres con discapacidad en El Ateneo
Debate: 'Diversidad social, personas con discapacidad y derechos humanos: una cuestión pendiente'

Ponencia de Beatriz Sancho, periodista social


Hace unos días El Ateneo promovió un debate sobre derechos humanos, diversidad social y discapacidad en el que participaron dos mujeres con discapacidad. Una de ellas fue Beatriz Sancho, periodista social de la agencia Servimedia, que amablemente ha cedido su ponencia para compartirla en el boletín 'Generosidad', y que podéis leer a continuación.
Beatriz Sancho, redactora de 'cermi.es semanal'
Beatriz Sancho, redactora de 'cermi.es semanal'

Beatriz Sancho, redactora de 'cermi.es semanal'La diversidad es un concepto que, aunque está definido escuetamente en los diccionarios y tan ampliamente comentado, estudiado y amplificado en manuales, investigaciones, por entidades especializadas, por organismos internacionales… podría extenderse, si no al infinito, casi a lo inabarcable, es un discurso prácticamente inagotable.

 

El otro día reflexionaba sobre la diversidad para abordar esta presentación, y siempre desde mi propia perspectiva, permítanme aclararlo, caía en la cuenta de que aplicada solo a los seres humanos individuales, y sin considerar subclasificaciones, que fácilmente podrían acabar en progresiones aritméticas, si no geométricas, que nos encontraríamos, al menos, ante más de 7 millones 400 mil tipos de diversidad, una,  por cada ser humano que puebla la Tierra.

 

Sin embargo, en este afán nuestro por comprender, teorizar, abordarlo todo verbalmente, tendemos a realizar estas subdivisiones, nuestras propias cuentas, para poder manejarlo a través de datos que al final nos resumen, prácticamente, en unos y ceros, en información, cuando precisamente la diversidad debiera ser tratada justo del modo contrario. Aunque el propósito no deje de ser loable, lo que terminamos haciendo con las clasificaciones posibles de la diversidad, que recordemos significa diferencia, variedad, desemejanza, es etiquetar, discriminar, separarnos cuando, irónicamente, lo que anhelamos mediante la invocación del concepto y su intrínseco abundamiento y enriquecimiento, es unirnos a lo que nos es distinto, que nos incluyan, es reunirnos con "los otros" para sumar, pero primero, no sé por qué, nos desligamos para analizar nuestro valor, el de nuestra discapacidad, como aporte al entramado social para lograrlo.

 

Escribiendo reportajes y entrevistas en cermi.es semanal sobre las personas con discapacidad, desde mi punto de vista de periodista social, de mujer con discapacidad, de persona altamente sensible, me encuentro con frecuencia con una situación que no deja de sorprenderme y que hace que crezca mi entusiasmo por visibilizarlo -por lo rocambolesco de la escena, lo incongruente, lo irónico- a través de "mi activismo personal" realizado a través del periodismo. Me refiero a la petición reiterada de que nos incluyan, a las personas con discapacidad, en todo ámbito, amparándonos, como debe ser, en las leyes nacionales y en la jurisprudencia internacional. Pero, al mismo tiempo que pedimos a la sociedad, a las administraciones públicas, a las instituciones, a las empresas privadas y públicas, a los organismos nacionales y supranacionales, que nos incluyan, que se respeten nuestros derechos, recordando con pasión la casi santificada 'Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad', y que tomen conciencia, que se solidaricen con nuestras necesidades y cumplan nuestras demandas, que derriben barreras físicas y mentales y, en definitiva, que barran sus casas... resulta que la nuestra, con perdón a los que opinen distinto, está aún sin barrer. Me imagino que algunos saben hacia donde apunto. 

 

Si yo representara alguna de las entidades u organismos mencionados, y cayera en la cuenta de que las propias personas con discapacidad que intentan sacarme los colores desde la jurisprudencia, la ética o la moral discriminan al 60 por ciento de los humanos -humanas, en realidad - que engrosan sus filas, LAS MUJERES CON DISCAPACIDAD, por supuesto, me echaría las manos a la cabeza y pensaría que están como campanas. ¿Estamos cómo campanas realmente? Si así fuera podríamos al menos autocondonarnos por falta de cordura, pero estamos cuerdos y bien cuerdos. De ahí, la necesidad apremiante y urgente de hacer autocrítica personal, pero también como grupo aunado, aliado gracias y paradójicamente, a una similitud, la discapacidad, que como diversidad defendemos y ponderemos ante el resto... porque aún nos falta tanto. 

 

Si los cálculos no me fallan, hablamos de la exclusión que sufrimos, en todo ámbito, 444 millones de mujeres con discapacidad. Somos discriminadas y, por tanto se vulneran nuestros derechos humanos, por discapacidad y género, desde la sociedad, de nuestras casas, pero también por género dentro de nuestro propio movimiento asociativo, que debería defendernos, ponderarnos, volcarse en nuestro auxilio y compartir todos los ámbitos en los que "ellos" ya están presentes, por caridad, por compañerismo, por lealtad y por congruencia para poder seguir exigiendo lo mismo, con una única voz, sumando 444 millones de voces más.

 

Quédense con esta lacerante, desgarradora, vergonzosa, y dolorosa cifra de 444 millones de personas que sufren, solo por la colisión accidental de su género y su discapacidad, discriminaciones de todo tipo, en todo ámbito, sistemáticamente, por activa y por pasiva en sus hogares muchas veces, fuera, pero también dentro del movimiento asociativo de la discapacidad.


Parte de la responsabilidad, también quiero admitirlo, también recae en nosotras mismas cuando decidimos no salir del hogar, cuando desperdiciamos puestos laborales de envergadura y otras oportunidades de cualquier índole porque, por ejemplo, creemos que nadie, ni nuestras parejas, cuidará y educará mejor a nuestros hijos y nuestras hijas, al creernos imprescindibles en los entornos domésticos, al dejar que todos escojas y nos dejamos para el final creyendo que es una muestra de amor hacia los demás, en lugar de un desamor propio... y el MIEDO, señores y señoras, ESE MIEDO QUE ATENAZA y que nos inmoviliza en la zona de comodidad donde el crecimiento es cero, pero cuánto miedo tenemos también tantas mujeres, en general, no solo con discapacidad, de lucirnos, de demostrarnos sobresalientes, de exponernos a la tela de los juicios del resto, cuando es mucho más fácil verterlos. Y es que no estamos separados los unos de las otras, y si no se avanza juntos, nadie avanza.

 

En mi camino, como periodista social, persona con discapacidad psicosocial y demás retahíla que me conforma, he aprendido dos cosas esenciales, que bien podrían trasladarse a la defensa y trascendencia o glorificación de la diversidad, los derechos humanos y la discapacidad, tres materias que si fueran evaluables, no solo seguirían siendo una cuestión pendiente, sino un suspenso global e individual en cada una de ellas. Esto, en mi opinión, requiere un examen de conciencia individual y de la consciencia social, a nivel mundial, si supiéramos cómo hacerlo.

 

Las dos lecciones a que me refería son sencillas, como todo lo esencial: por una parte, que solo se aprende a través de la diferencia, haciéndonos de espejos sería una buena fórmula; y, por otra, que lo fundamental se aprende por la experiencia propia, no desde la teoría, no desde la razón. 

Solo puedo aprender lo que está fuera de mí o lo que tengo dentro, pero no sé que lo tengo porque NO SOY CONSCIENTE  de que está en mí. Lo que ya sé que soy, lo sé, y puedo entretener en ello todo lo que quiera, pero si me “acomodo” en lo que es igual a mí, estoy frenando mi crecimiento, mi aprendizaje, mis posibilidades de enriquecerme personalmente con lo que es distinto a mí, “hurtándome”, como diría Luis Cayo. Para mí, el enriquecimiento que se puede adquirir a través de la diferencia, de la diversidad, de la discapacidad de las personas, llega con la experiencia real, no leída, no comprendida. Y esto lo he vivido personalmente, en el entorno de trabajo, durante los nueve años que llevo trabajando en la agencia de información social Servimedia. La actitud de los compañeros ha ido evolucionando al tratarme, al conocerme.

 

La única comprensión verdadera, que posibilita la integración completa de cualquier experiencia esencial, se realiza a través de la experiencia personal, pasándola por el corazón y no solo por la razón, que nos hace ir en círculos. La persona que convive con nosotros, de verdad, a diario puede llegar a conocernos si se lo permite. Y normalmente, una vez que comprueba nuestro valor, nuestro aporte personal, el enriquecimiento y la abundancia que les brinda tratarnos, aceptaros, incluirnos… logra disipar sus temores, sus dudas, sus prejuicios y no habrá vuelta atrás para no estar, como nos corresponde por la poco conocida y reconocida TRANSVERSALIDAD DE LA DISCAPACIDAD, en todo lugar que aún nos es ajeno, y que ocurre por falta de oportunidades, pero también de voluntades, de igualdad real, de fe, de excusas sin fundamento... Casi con seguridad, alcen sus voces para defendernos en cualquier debate que discuta esto.

 

Es entonces, cuando el cumplimiento del articulado de la Convención de la ONU, las leyes y las actitudes para incluirnos, para reconciliarse con lo distinto, se realizará de forma natural, fluida, automática y finalizará la ardua tarea de seguir recordando nuestros derechos.

 

¿Tendrá que pasar mucho tiempo antes de que este sueño JUSTO se manifieste? No lo sé, pero no podemos dejar de intentarlo. Todavía no. Habrá que desprenderse de las creencias y costumbres actuales, como se ha hecho siempre para evolucionar; cambiar nuestra idea de lo correcto y lo incorrecto; nuestras estructuras, construcciones, modelos y teorías; alterar quizás hasta nuestras verdades más profundas para que la nueva idea de quienes somos acelere el cambio...

 

Y también mantenerse abiertos y evitar cerrarnos a una nueva verdad porque estemos cómodos en la antigua. El verdadero cambio empieza al final de nuestra zona de comodidad.

 

Personalmente, el beneficio que me aporta este razonable, pero sentido y CONSCIENTE intento de que “el otro” se retroalimente con mi propia riqueza, abundancia, de mi diversidad... ya me recompensa, y compensa el esfuerzo de salir de esta zona, y no solo, además me PERMITE disfrutar mucho más este camino de la solidaridad, hacia la consciencia social, que a ver si despierta.