Les voy a contar frases que he vivido después de que me sobreviniera mi lesión medular, pero que no le son ajenas a muchas mujeres con discapacidad y sobretodo que sirven para mostrar esos estereotipos que se plantea la gente y que son admitidos culturalmente por nuestra sociedad y que debemos cambiar.
Cuando me quedé en silla de ruedas, al principio solo me fijaba en las barreras arquitectónicas que no me dejaban hacer cosas por mí misma, pero según pasa el tiempo empiezas a percibir las barreras mentales que hay.
Una tarde estoy en la calle con mi marido y se le acerca un compañero de trabajo, de esos con los que habitualmente no tiene ningún trato, y después del saludo le pregunta: ¿qué, dando una vuelta con tu hermana?. Mi marido le contesta: no es mi hermana, es mi mujer, y el otro suelta (palabras textuales) “joder tío, lo siento, que putada”.
No os podéis imaginar lo mal que me sentí y lo que lloré ese día. Me sentía fatal.
Al poco tiempo de ese episodio, discuto un día con mi marido en una fiesta familiar, por cosas habituales de esas de “porque ha puesto ese mantel en vez del otro”, y me coge un familiar muy directo en la cocina y me dice que tengo que aguantar más y no discutir con él, porque según estoy yo ahora...
Gente cercana me repetían un montón de veces cosas como: “que suerte de marido tienes”, vamos como si yo no tuviera nada que ver en mi proyecto de pareja y esta existiera únicamente gracias a él.
Cuando quisimos cambiarnos de casa, porque la nuestra tenía muchísimos escalones, empezamos a visitar promotoras de esas que tienen viviendas de protección oficial con reserva para personas con discapacidad, pues resulta que las casas que nos ofrecían estaban adaptadas para que fuera un hijo o una hija la que tuviera la discapacidad, pero no contemplaban que fuera la mujer, o la madre, la que tuviera dicha discapacidad (las cocinas no estaban adaptadas, los cuartos de baño que hacían adaptados y más grandes no eran los de las habitaciones de matrimonio, etc.)
A los tres años de mi lesión, cuando ya habíamos mi pareja y yo amueblado nuestras cabezas, empezamos a pensar en la posibilidad de aumentar la familia.
De verdad creo, sinceramente, que la expresión más clara de la imagen negativa que se tiene de la mujer con discapacidad se da en el ámbito de la maternidad.
Pido hora con un ginecólogo que lo primero que me dice al verme es: ¿pero viene usted sola?, y después de decirle que podía acudir sola porque para eso hay plazas de aparcamiento y tengo coche, le comento mi deseo de ser madre a lo que me pregunta: pero ¿tiene usted pareja?, os podéis imaginar mi cara de sorpresa.
En paralelo empiezo a tantear las reacciones de mi entorno más cercano y mis familiares más directos, resultado: “pero hija ¿te lo has pensado bien? Según estas tu”. Y excepto un par de amigas, la gente en general reaccionaba con cara de asombro.
Al final nos decidimos por el mundo de la adopción internacional.
Tengo que reconocer que tuve varios encontronazos con las personas que nos evaluaron, porque parecía que solo me estaban valorando a mí, pero al final conseguimos el preciado certificado con la frase obligatoria de: “Ambos disfrutan de un estado de salud, física y psíquica que no dificulta el cuidado normal de un menor”.
Cuando volvimos de China, que es el país de origen de mi hija, me di cuenta de que ser madre no es tarea fácil para ninguna mujer, y tampoco lo iba a ser para mí.
Mi discapacidad implica otra manera de hacer las cosas, a veces más costosa, más lenta y más laboriosa.
Lo más difícil fueron los primeros meses que ella no andaba todavía y la llevaba atada a mí con un pañuelo para que me pudiera dejar las manos libres. Estaba agobiada. No me daba tiempo ni a vestirme, se me juntaban los biberones con los purés, con las lavadoras, con la estimulación que había que hacerle, etc. Vamos, nada diferente de lo que le pasa a cualquier mamá primeriza.
Pero los perjuicios están por todas partes, y lo detectas en las caras del resto de personas, como el de una mamá del cole, que siempre está diciendo que se nota lo responsable que es mi hija porque yo voy en silla; o como el de una mujer que no conozco de nada y un día que estaba comprando y mi hija llevaba un paquetito con tres filetes me dijo: “ay qué bien que te hayas traído una niña para ayudarte”, tuve que coger aire para no responderle todo lo que se me estaba pasando por la cabeza en ese momento.
Deciros que soy yo la que más tiempo dedica a la niña, ya que mi pareja viene tarde de trabajar y viaja mucho: yo soy la que la llevo al médico, la recojo del Cole, vamos al parque, elijo su ropa, lo que tiene que comer, merendar, cenar, jugamos, la ayudo a estudiar cuando lo necesita, la llevo a las extraescolares, soy la que voy a las reuniones del cole, hablo con su profe, la llevo a los cumples de sus amigos y amigas, realizo las compras del hogar, le hago la comida, soy la que le pongo los límites, en fin todo aquello que solemos hacer la gran mayoría de mujeres con hijos.
Y todo ello lo compagino con mis horas de activismo a favor de las personas con discapacidad.
Y os preguntaréis que por qué os relato todas estas tareas, pues os lo digo porque yo me considero una madre muy responsable y con muchas capacidades, si cuando era mas pequeña ella, mi relación de pareja se hubiera roto, lo más probable es que la custodia legal fuera para mi marido debido a la percepción que la Sociedad tiene de la mujer con discapacidad.
En este punto quiero hacer una reflexión en alto, las mujeres con discapacidad intelectual sirven para cuidar a los hijos e hijas de sus hermanos o hermanas o para el cuidado de sus mayores, pero se les niega el derecho a ser madres.