Editorial

Mujeres con discapacidad, empleo, trabajo y economía


Sin duda, percibir ingresos a través de la realización de una actividad laboral es una vía de inclusión social privilegiada a día de hoy, especialmente si tenemos en cuenta que en nuestro país sigue sufriéndose el lastre del desempleo estructural, es decir, una desajuste entre la demanda y la oferta de empleo que se extiende en el tiempo y que escapa a la voluntad de las personas afectadas. Esta situación afecta en mayor manera a las mujeres y a los grupos de población considerados en “riesgo de exclusión social”, entre los que se incluirían a las mujeres y hombres con discapacidad.
Foto de familia de mujeres con discapacidad del CERMI
Foto de familia de mujeres con discapacidad del CERMI

Foto de familia de mujeres con discapacidad del CERMIDesde finales de la década de los ochenta se han puesto en marcha programas de formación, orientación e intermediación laboral, así como de búsqueda activa de empleo para esos grupos en riesgo y se han realizado importantes inversiones económicas para dinamizar ciertos sectores económicos considerados como prioritarios.

 

La introducción de un enfoque de género en estas iniciativas no ha estado presente desde el inicio, lo que ha supuesto que, si bien en términos absolutos el efecto de dichas actuaciones destinadas a mejorar la empleabilidad de ciertos grupos ha sido exitosa, en ocasiones se ha percibido que han contribuido a ampliar y consolidar la brecha entre mujeres y hombres, como ha ocurrido con las personas con discapacidad. 

 

Esta tendencia no solamente ha ocurrido en el sector de la discapacidad, sino que ha sido la tónica general en otros muchos grupos, donde las políticas de incentivación del empleo se han aplicado sin tener en cuenta las desigualdades de género que se dan en este ámbito. Afortunadamente, la experiencia ha servido para introducir medidas correctivas e indicadores que tienen presente el desigual punto del que parten mujeres y hombres a la hora de participar en el mercado laboral. 

 

Paralelamente otros enfoques epistemológicos han abierto el debate cuestionando la centralidad de determinadas actividades, masculinizadas, en detrimento de otras, feminizadas, a las que ni siquiera se las considera economía y, por lo tanto, no cuentan en los registros oficiales como fuentes generadoras de riqueza ni de otros valores.  

 

En nuestro imaginario existe la idea que son solo en los mercados donde se da producción económica strictu sensu, considerando así las otras formas de organización económica como propias de países subdesarrollados, y que a la hora de ser estudiadas y analizadas ha de hacerse desde un enfoque antropológico, nunca a través de la ciencia económica. 

 

Este enfoque afirma que la riqueza se produce en el mercado, ignorando de manera sistemática a esos otros actores que también intervienen en la economía jugando un papel fundamental. Uno de esos actores, y que en nuestro caso tienen una especial relevancia, son los hogares, verdaderas instituciones económicas de primer orden. Los hogares son la unidad económica básica porque ahí se ajusta el sistema y es en las épocas de crisis cuando esto se percibe con mayor nitidez. Otros actores económicos también a tener en cuenta son las redes sociales y la economía social y solidaria del tercer sector.

 

Esto está directamente conectado con los conceptos de trabajo y empleo. El concepto de trabajo que se maneja es un concepto hegemónico que no incluye, ni mucho menos, todas las actividades que se desarrollan y que, de hecho, tienen relevancia económica fundamental.

 

No existe ningún estudio actual en el que exponga no solo ya la dimensión económica del trabajo doméstico que realizan las mujeres con discapacidad, sino que afirme que dicho trabajo es realmente realizado por estas mujeres. 

 

Hay que tener presente que como afirma el 'II Plan Integral de Acción para las Mujeres con Discapacidad 2013-2016' de CERMI: “el hecho evidente de que las mujeres con discapacidad son precisamente eso, mujeres, ha sido una obviedad negada de manera sistemática, al ser consideradas como personas con discapacidad sin más, constituyéndose así una suerte de género neutro que las sitúa en la máxima exclusión social. Muchas mujeres y niñas con discapacidad, por todo ello, encuentran serias dificultades a la hora de identificarse como tales, ya que tanto su imagen, como los roles y funciones que desempeñan, no concuerdan con los establecidos a través de los mandatos de género en una sociedad patriarcal. Sin embargo, es necesario hacer algunas matizaciones en relación a esta última afirmación, ya que si bien es cierto que la sociedad patriarcal obvia la realidad del género a las mujeres y niñas con discapacidad, esto no ha sido óbice para que muchas de estas mujeres y niñas sean víctimas de discriminación y violencia sexista”.

 

Si tenemos en cuenta que la feminidad, desde el modelo patriarcal, es una construcción social en virtud de la cual las mujeres se caracterizan por estar al servicio de otras personas para que la vida salga adelante y que tiene como contrapunto la construcción hegemónica de la masculinidad (autosuficiencia y sostén de sus dependientes a través del mercado), es fácil entender que las mujeres con discapacidad encuentren tantas dificultades para identificarse con ese rol cuidador tradicional que, aunque en la práctica desarrollan, sin embargo es negado sistemáticamente. 

 

Esta negación ha llegado a tal extremo que ha impedido a muchas de estas mujeres, educadas y socializadas en la “la categoría de ese otro dependiente”, poder desarrollar un proyecto de vida propio, porque la trascendencia que se da a ese “no poder cuidar” afecta al “autocuidado”, mermando sus posibilidades reales de ser independientes y autónomas. 

 

Por eso, se hace necesario buscar otro modelo que de visibilidad y valor a la contribución que realizan también las mujeres con discapacidad, sistemáticamente consideradas objetos pasivos de cuidado, nunca como sujetos activos que producen económicamente, aunque muchas veces desde otro lugar, lejos de la centralidad del mercado formal, como también lo hacen millones de mujeres en el mundo.