"No soy solo una persona con discapacidad, ni una exnadadora, ni una surfista: soy alguien que nunca se cansa de moverse, y uno de mis miedos es que la vida se me quede corta. Quiero aprovecharla al máximo"
Después de estar en la élite en natación: ¿Qué fue lo que la impulsó a dar el salto al surf?
La natación me lo dio todo: identidad, disciplina y una forma de convivir con mi parálisis cerebral. Me reforzó los valores de casa, para sobre todo saber hacer lo último: el sacrificio, el esfuerzo, la superación y el trabajo en equipo. Aunque es un deporte individual, sin mi familia y mi equipo técnico, que creyeron en mí, no habría llegado tan lejos.
Empecé a competir en alto rendimiento con 12 años, hasta los 25. Probé el surf por primera vez en 2007 en Tenerife, y me fascinó. Pero, al volver, no encontré cómo continuar, como hobby.
Años después, Mireia Cabañes me animó a probar el surf adaptado, sabiendo lo mucho que me atraían el agua y los retos. Y el surf adaptado me ha devuelto algo muy instintivo. Al final, en el agua siento que no dependo de una silla de ruedas para moverme, y no hay ni una mirada fuera de lugar. Después de dejar la natación por lesión en 2016, necesitaba reencontrarme con el deporte. Para mí, es mi filosofía de vida, mi vía de escape.
¿Qué diferencias ha sentido entre la competición en piscina y en mar abierto?
En la piscina competía contra mí misma y contra un cronómetro: todo se reducía al control, a medir milésimas. En el agua dulce aprendí a aceptar cada movimiento, sobre todo cuando son lentos, descoordinados y rígidos, con espasmos, porque no desaparecen. En cambio, en el mar sigo compitiendo conmigo misma, pero me obliga a estar presente, a fluir, a aceptar que no siempre puedes dominarlo todo. La ola no espera, no se repite. Cada día es distinto; cada sesión de entrenamiento es una conversación nueva. Esa imprevisibilidad, esa manera de sacarme de mi zona de confort, de desafiarme, me atrapó desde el primer momento.

¿Cómo es ese proceso de aprendizaje en el surf para personas con discapacidad?
Es constante y empieza desde cero. Aunque llevo años en el agua, el mar tiene sus propias reglas. Estoy aprendiendo a leer las olas, a entender sus tiempos y, sobre todo, a seguir aceptando que mi cuerpo no siempre responde como quiero. A veces deseo moverme más rápido, con más precisión, que mi esfuerzo tenga un efecto directo en la tabla. Pero no siempre es así. Además, no puedo entrenar sola: necesito a alguien que me empuje y otra persona que me ayude a remontar, porque no puedo remar.
El mar cambia cada día, y eso me obliga a adaptarme una y otra vez. Ahí me reafirmo en que adaptarse no es solo una técnica: es una forma de vivir. Pero, aun así, decido lanzarme. Surfear —y vivir— también es eso: tirarte sin garantías y seguir adelante.
Ha sido un referente en la natación. ¿Cómo lleva ahora esa visibilidad en el mundo del surf?
Con más calma. Antes me presionaba por no fallar y por tener que demostrar constantemente. Ahora me sigo exigiendo, claro —el perfeccionismo a veces me puede—, porque es mi carácter y no me gusta la sensación de no haberlo dado todo. No sé vivir a medias. Yo soy de hacerlo o no hacerlo.
Tampoco me siento cómoda con la etiqueta de "ejemplo a seguir". Cada persona tiene su historia, su ritmo, sus límites, y eso merece respeto. Lo que sí valoro de la visibilidad es la posibilidad de dar voz a realidades que a menudo se ignoran: la de los y las deportistas con discapacidades moderadas o severas, como puedo ser yo. Hablamos de personas con necesidades muy concretas: material adaptado (que no está al alcance de todos), asistencia para equiparse, desplazarse, incluso simplemente para estar presentes en una competición. Todo eso hay que tenerlo en cuenta si queremos igualdad en el deporte.
Y también creo en la visibilidad como posibilidad. Si mi historia sirve para que una chica, en algún rincón, se atreva a probar, a dejar de dudar, a pensar que también puede… entonces todo esto tiene sentido.
"El acceso al deporte es un derecho, y en consecuencia, la autonomía personal también"

Desde tu perspectiva, ¿Qué retos siguen pendientes en el deporte de personas con discapacidad?
Aún hay varios retos pendientes, como en la sociedad en general. Empezando por el acceso: todavía existen barreras físicas, económicas y sociales que dificultan la práctica deportiva. También hay que seguir fomentando la formación y la sensibilización sobre las necesidades que he comentado antes, porque es una realidad. Y sin una toma de conciencia no hay igualdad de oportunidades ni inclusión verdadera, ni en el deporte recreativo, ni de base, ni de competición.
El acceso al deporte es un derecho, y en consecuencia, la autonomía personal también. Para mí, el concepto de ayuda no tiene que ver con ser menos, ni con paternalismos. No entiendo por qué mis apoyos se perciben de forma distinta a los de cualquier otra persona. Si alguien no puede arreglar su coche, pide ayuda a un mecánico. Nadie le cuestiona por eso. Todos, en algún momento de la vida, somos dependientes. La ayuda mutua es fundamental para avanzar como sociedad, y eso es ser un equipo. La diferencia está en el compromiso y comprender la equidad.
"El mundo debería adaptarse a la realidad, no ir por detrás. Si hablamos de accesibilidad y deporte inclusivo, que sea completo. No a medio gas."
¿Qué papel ha jugado el deporte en su desarrollo personal?
El deporte y la música son mis mayores refugios, mis pasiones. Pero también han sido tablas de salvación en muchos momentos de mi vida. En el caso del deporte, ha sido una de las vías que me ha dado una identidad cuando el mundo solo ve mi discapacidad. A veces siento que no ven a Anna. No soy solo una persona con discapacidad, ni una exnadadora, ni una surfista: soy alguien que nunca se cansa de moverse, y uno de mis miedos es que la vida se me quede corta. Quiero aprovecharla al máximo.
También me ha dado autonomía. Me ha regalado una red, amigos que son —y espero sigan siendo— parte de mi historia. Además, el deporte me ha enseñado que fallar también es avanzar. Que el movimiento no siempre es físico: a veces moverse significa atreverse, soltar, insistir. He aprendido que seguir, incluso en lo incierto, también es una forma de victoria.
En tu trayectoria como deportista y mujer con discapacidad, ¿se considera también activista?
No sé si me definiría como activista en el sentido clásico, porque no me gusta estar en el centro. Pero sí creo que, cuando comparto mi experiencia —en público o en privado—, ya es una forma de transformación social.
Me interesa abrir conversaciones incómodas, necesarias, que inviten a reflexionar sobre la discapacidad. Y si eso provoca algún cambio, quiero ser parte de él. Si levantar la voz, señalar barreras o exigir derechos ayuda a avanzar, entonces sí: me comprometo a no quedarme callada.
Creo en un activismo que también nace desde lo cotidiano. A veces hay que recordar que, por encima de cualquier condición, hay una persona con nombre y apellidos. Y esa persona merece ser vista, escuchada y respetada.
¿Qué le diría a una niña con discapacidad que está dudando si empezar en el deporte?
Que empiece. Que no importa si es natación, surf, boccia o judo. Que se permita fallar, reírse, frustrarse, volver a probar. Que sepa que no está sola, que ya hay otras que la pueden acompañar, y muchas más que vendrán después. El deporte no es solo para competir: es para vivir mejor.
¿Qué sueños le quedan por cumplir en el surf?
Muchos. En solo tres años he tenido la oportunidad de competir en dos campeonatos nacionales, y no me ha ido nada mal. Por eso, me hace mucha ilusión poder participar algún día en una competición internacional. Más allá de los resultados, lo que realmente quiero es seguir aprendiendo y disfrutando del surf. También es verdad que, como muchas deportistas, sueño con poder contar algún día con apoyos económicos o patrocinadores que me permitan dedicarme por completo a entrenar y seguir creciendo. Por ahora, gestiono todo por mi cuenta, pero tengo la esperanza de que pronto se abran puertas que me ayuden a avanzar en este camino. Así que, mientras tenga motivación, ilusión, pueda subirme a una tabla y seguir rodeada de personas que me apoyan tanto técnica como emocionalmente, voy a seguir soñando.