Y explica que fue una experiencia dura al principio, “pero creo que al ser niños tenemos una mejor asunción de las situaciones, no sé si a esas edades lo aceptamos de otra manera, pero para mis padres seguro que fue más duro”.
Travesuras sobre ruedas
Aunque ella es de Zaragoza, decidieron que fuera a Toledo pues en el Hospital de Parapléjicos había una planta infantil. “Fue una maravilla, no solo por la atención y los medios de los que disponían, es que entonces estaba muy enfocado a lo social, no solo a lo sanitario”. Además de intentar que los menores siguieran el curso escolar desde allí, preparaban numerosas actividades, educativas, como el inglés o la informática, deportivas, el baloncesto en silla de ruedas, de rehabilitación o de ocio. “Yo ni me acordaba de llamar a mis padres, con eso te digo todo”.
Y entonces se acuerda de momentos muy especiales, divertidos. Toledo le hace sonreír constantemente: “Me recuerda a la película de la Planta 4ª, aunque no hicimos tantas barrabasadas, hacíamos travesuras, éramos niños al fin y al cabo”. En verano, por ejemplo “cuando nos obligaban a echar la siesta nos escapábamos a la piscina a bañarnos”, y también durante el curso, cuando venían de la Cruz Roja para llevarnos unas horas al Instituto, “si se retrasaba un poco el transporte, nos escondíamos...”
Marta asegura que entonces el hospital cumplía una gran labor social pues su trabajo siempre iba dirigido a que todos ellos recuperasen las actividades de la vida diaria, por eso “nos llevaban un día a la semana al instituto, para salir un poco del entorno protegido del hospital”. Cuenta que en el año 86/87 en este hospital “sobre todo insistían en que saliésemos de casa, eran los primeros movimientos de los derechos de las personas con discapacidad, hasta entonces se quedaban en casa sin salir ni hacer nada y allí la norma era salir de casa y hacer de todo”. “La verdad es que me lo pasé pipa”, insiste. “Me costó más volver a Zaragoza, volver a empezar la vida ordinaria”.
El Peugeot y la natación
“Cuando volví al mismo colegio, a Zaragoza, ya era adolescente y eso fue más duro, iba en silla, y entonces tampoco se conocía bien la discapacidad, lo de salir por ahí y todo eso, así que no salí casi de casa en toda la época adolescente...” Cuando llegó a la universidad, sin embargo, casi no entraba en casa. En cuanto cumplió los 17 años se apuntó a la autoescuela para sacarse el carnet de conducir porque “era la mejor forma de ser autónoma”. Lo aprobó y, siempre contando con el apoyo de sus padres, se compró un Peugeot 205, que recuerda con nostalgia. Entonces no paró. Cumplió las recomendaciones de Toledo: hay que salir de casa y hacer de todo. Y además de comenzar la carrera de Derecho, continuó con la práctica deportiva, pero ahora en competiciones oficiales.
En Toledo también le inculcaron la importancia del deporte y nada más volver a Zaragoza lo intentó con el baloncesto, pero “imposible, no llegaba a canasta”, comenta divertida. Se apuntó a natación y descubrió otro mundo increíble. “El deporte es fundamental, no solo como práctica saludable, también para adquirir habilidades sociales, estar con otros grupos de gente, viajar, ser más autónoma...”
Comenzó a competir en el año 89 y logró ir a Barcelona 92, a los Paralímpicos: “Fue una pasada, impresionante”. En esos años, con los viajes y las competiciones, los estudios se resintieron, pero tenía claro que quería ser autónoma en todos los sentidos, ganarse la vida trabajando y se puso a estudiar en serio. Se había unido a la asociación DFA (Disminuidos Físicos de Aragón) y allí, junto con su familia, la animaron a terminar la carrera y poco después, entró a trabajar en DFA, en 2001, en el departamento de personal como auxiliar; luego pasó a la secretaría técnica del departamento jurídico.
Mujer trabajadora y activista incansable
Desde entonces no ha parado de trabajar, como asalariada, pero sobre todo como activista voluntaria, en el mundo de la discapacidad. “Vieron que me gustaba participar y reivindicar y empecé a colaborar también en CERMI Aragón en 2003, en la comisión de la Mujer que constituimos en 2006, y luego, en Cocemfe Aragón en 2007...” Entonces comenzó su implicación en la lucha por los derechos de la mujer con discapacidad también en Cemudis (Confederación Estatal de Mujeres con Discapacidad) y como presidenta de la Fundación CERMI Mujeres. Eso sí, siempre conservando su lealtad a su hogar, la DFA, que actualmente preside.
En 2004 llegó a la DFA Josemi Monserrate y empezaron a trabajar juntos en 2007 y “surgió la chispa... Coincidíamos en ideales y en la lucha por los derechos, por promover el asociacionismo, nos impulsábamos y motivábamos mutuamente”.
En 2008 iniciaron una relación que se formalizó con una boda en 2010. Pasaban casi las 24 horas del día juntos, en casa y en el trabajo, pero no les pesaba, eran felices.
En 2016 Josemi fallecía por un cáncer de pulmón. “Fue breve pero muy intenso y siempre estará ahí... fue una época muy bonita, el tiempo va suavizando el dolor, nunca desaparece, pero siempre ha sido un estímulo muy importante para mí, para seguir trabajando, Josemi siempre me estimulaba y sigo, y siempre estará conmigo”.
Recuerda sin pesar esos años, los viajes que hicieron juntos, “nos gustaba mucho viajar”, y enumera sus destinos especiales, empezando por Egipto, donde ha estado en dos ocasiones y ahora planea volver, pero también le gustan Nueva York, París, Londres... Sus momentos de ocio los dedica a la familia, a esos viajes y a lo que ella denomina sus actividades frikis, como son las construcciones de lego, la colección de dedales y el mundo Harry Potter. Se ríe de sí misma y suspira por encontrar más huecos así: “Me apetece dedicar más tiempo a la familia y a hacer cositas, aunque el movimiento siempre me va a tirar y siempre voy a estar apoyando y haciendo lo que sea, pero los años se notan y me gusta ser reivindicativa y luchar, que nadie se quede atrás, pero el cuerpo se va cansando, no es tanto mi edad física, los 49 que voy a cumplir, sino el tiempo que llevo en silla”.
Le preocupa esta lucha, el movimiento de la discapacidad en general, pero sobre todo el de las mujeres: “Cuesta mucho que las mujeres se involucren, que sean activistas, hay muchas mujeres inactivas totalmente y es fundamental que se creen asociaciones de mujeres con discapacidad en territorios, porque hay que trabajar directamente con ellas, porque muchas no conocen sus recursos ni saben si son víctimas de violencia”.
Sus esperanzas recaen en una sociedad que califica de “individualista”, por eso insiste en la necesidad de promover el activismo, además, “estamos en un momento de retrocesos, da igual el partido que sea y sobre todo en mujeres con discapacidad, tenemos que seguir luchando para que no se olviden de nosotros ni de nosotras”. Marta habla finalmente de su idea de pasar a un segundo plano “y que siga gente más joven, con mucha fuerza, porque además nadie es imprescindible”.
Marta Valencia es presidenta de la Fundación CERMI Mujeres, secretaria de Organización de Cocemfe, preside la Confederación Estatal de Mujeres con Discapacidad (Cemudis) y es presidenta de la Fundación DFA (entre otras responsabilidades).